martes, noviembre 25

Y no va a surf

Siete y media de la mañana. Señor no se va para le derecha. Pero señor, si nosotros vamos por donde están los guardacostas de la marina. ¿Caminar? Ya pues, que nos queda.

Aló, ok. Ahorita vamos para allá, estamos cerca. Mientras tanto Jarabe de Palo empezaba a acompañarme con sus rolas por mi audífono en este día de playa, día de clase de periodismo.

Profesor, ¿Para qué siete de la mañana en Pimentel, y por esta parte del malecón donde hace más frío? ¿Nos invitas el té?, preguntó bromeando el profesor. Pero, han salido las empleadas, otro día puede ser, respondí. Tienes que mirar de todo y hacer tu crónica del viaje, respondió a mi primera pregunta el profesor.

Trulez, mi amiga compañera, inquieta pedía un pucho. Yo, acatarrado, y respirando de a pocos, escuchaba el romper de las olas a lo lejos. En ese momento no quería el cigarro aquel que nos fumamos pasada las ocho de la mañana.

Algunas lisuras, esas que ya se han vuelto parte de nuestro léxico habitual, que no nos convierte en humanos tildados de delincuentes, ni malhechores, sino, que nos hace sentir como diría aquella amiga de hace unos años “niños bien”.

Seis rostros en la pared de la derecha, ninguno muestra señal de alegría, tampoco tristeza. En el frontis veía: cuatro imágenes en círculo, eran dos seres que se contorneaban, no era un gesto erótico, ni siquiera estaba muy definido, esto a causa de la brisa y el abandono. Abandonados también quedaron los ángeles que dan la bienvenida y el saludo de paz al ingreso de esta casa, la casa blanca, la casa bonita frente al malecón, pero abandonada.

Seguíamos nuestro camino, mi celular aún con batería sonaba, sonaba justo una de las canciones tristes, esas que coloqué para los momentos feeling. Mientras tanto preguntaban, los que estaban a mi alrededor, Juanillo ¿Qué tienes? ¿Por qué esa cara?, preguntó mi amiga compañera. Era de todo, cual ensalada de frutas, donde se mezclan lo dulce, lo agrio, lo sólido, lo líquido, lo bonito, lo feo. Así estaba mi vida. Mi felicidad efímera, esa que hace unos días me hacía tener ilusiones que ahora se quedaron o viajaron a sabe Dios dónde, pero que ahora ya no me acompañan.

¿Señor, cuánto cuestan las sortijas?, preguntó mi amiga compañera. Señor, ¿Cuánto están las pipas? Esas señor, señalé con el pie. Parece ser que la lección de marketing estaba muy bien aprendida por este comerciante. Esperar que el cliente se enganche, para luego convencer con el precio. Illo o Juanillo, ¿Qué haces? ¿Cuál me queda mejor?, preguntaba de nuevo mi acompañante. Hey, ¿Qué haces?, ¿Contando? Llevas probándote 20 de las 72 sortijas que tiene este señor, esa que tienes ahora te queda muy bien, ¿la compras no? Y no va surf.

Así le pondré de mi título a mi crónica le dije, Y no va surf, que para los desentendidos en la materia, sería Y no va serf. Seguía sonando el audífono derecho, ahora ya cambiaba de ritmo, sonaba Micky Gonzales, era una de sus canciones antiguas, esa que repite incesantemente, “no le gusta el colegio, no le gusta estudiar, pero tiene una carrera en la universidad, la pequeña, que problema. Ella es muy dormilona, no se quiere levantar, yo le digo varias veces que se tiene que levantar, la pequeña, que problema”. Illo ahora ya estás bailando, ¿Vao por un pucho? preguntó mi amiga compañera. Señora, me da un KENT. ¿Serán ricos?, preguntó mi amiga compañera. Son bien suavecitos, señalé. Ah bueno, entonces a mí también me da dos señora.

El profe quiere que vayamos a los restaurants, dijeron. Alguien enfatizó el “ants”, haciéndolo sonar más que chistoso. Ya acababa la canción que decía la pequeña, que problema. Y dirigiéndonos para el otro lado del, como diría mi acompañante, malecón pituco, íbamos jugando. Empecé a patear en la arena, a echarles a cada quien lo que le tocaba. No jo… (pic, pic) sonaría. Ya mejor camina solo, me dijeron, y me quedé atrás pero con la compañía de mi acompañante y de la música de Micky que aún seguía sonando, pero ahora con una mezcla de electrónica y música peruana, del álbum Inka Terra, la danza del agua se llama.

Yeh… (prolongado), bien ahí profe. Pero ¿cómo?, ¿Serio?, ¡no! (prolongado también) ¿Qué le pasó?, en fin. Si chicos, el examen será el miércoles de la próxima semana. La alegría de aquel momento era más que desbordante, esa fue obra de la santa naturaleza, del mar y del poder de convencimiento de César. Grande César, ¿Foto? Ya pues, otra, ya pues. Otra más, ya (prolongado), pero ahora con un toque de disgusto.

Llegó la hora de partir. Diez de la mañana. Buen día, de esos días en que me gusta la playa, de esos días en el que se puede estar abrigado, de esos días en el que fumarse un cigarrillo pone, de esos días en que se puede estar con alguien olvidándose del resto, de esos días en el que se puede jugar, de esos días en el que se puede tomar fotos, hablar lisuras, y fastidiar a propios y comunes, de esos días en que sólo queda el recuerdo y la incertidumbre de saber si volverá a pasar. Acaban las horas de playa en primavera, acaba el martirio del catarro frente al mar. Acaba el día de clases de periodismo en la playa con el fin de hacer una crónica. Acaba y suena una canción, de esa que pocos conocen por no ser comercial. Pero finalmente, Pimentel pone, dijo mi amiga acompañante. Y no va surf, respondí.

2 comentarios:

Enakam dijo...

Feliz Navidad!!

Alexander dijo...

Interesante ambiente veraniego... Un abrazo, a.